Un grito desesperado, podría
ser. ¿Un intento fallido por retenerte? También. La verdad es que las despedidas
y bienvenidas no son lo mío. Carezco de gracia, de calidez, de esa justa
amabilidad que se requiere para recibir a los que realmente aprecias; no atino
a justipreciar a aquellas personas a las que se tiene que decir adiós.
¿Recuerdas esa vez que
preguntaste si abordábamos el mismo bus? Era el del Nihilismo, creo. Me
pregunto a cuál de todos los autobuses subiríamos ahora. Imagino que un mañana
cualquiera del invierno que se aproxima nos encontraremos en la misma estación;
habrá un olor medicinal, aunque todavía no seamos lo bastante viejos. Tú
esperándome o yo esperándote en alguna banca, hablaremos de cosas que han
quedado pendientes: objetos, viajes, cartas, ropajes, cualquier clase de
bobería.
Busqué entre todas tus
palabras y no me encontré. Pensaba que había sido por lo menos una noticia
trémula en los días que circundaban tu onomástico, erré y con un margen muy
amplio en la escala de las pretensiones. Regresé entonces sobre el camino
andado; volví a la banca con olor a ungüento: ahí seguíamos, inmóviles con
gruesos y estorbosos abrigos para sortear los simbolismos decembrinos tan
viejos, gastados.
Un rechinido de llantas, el
silbido de una máquina, una voz lejana, quizá alguna alarma, indicarían que era
hora de partir, sólo hasta ese momento, como si se tratase de una rifa y no de
una elección deliberada, aparecería la pregunta incómoda: ¿Hacia dónde viajas? Ninguno
respondería –a propósito, claro- hasta que habiendo pisado el cuarto escalón,
juntaríamos nuestros boletos en una suerte de juego infantil.
Cual si fueran estampillas de
un álbum de superhéroes, comparamos los tickets; al ver que iban en direcciones
opuestas, nuestros rostros reflejaron cierta risilla de picardía y desencanto.
¿Qué haremos ahora? Nadie se atrevió a indagar. Solos, en el pasillo, tomaste
tu bolsa de mano y yo mi portafolio. Hubiéramos podido haber dicho versos,
despedidas planeadas, promesas de un reencuentro, pero fue todo tan distinto y
sin chiste: Al dar un par de pasos, volteaste con afán seductor y nostálgico;
yo, melancólico, incliné mi sombrero como diciendo: gracias o bien corre ahora
que puedes (y te doy ventaja).
No sé si al acomodarte en tu
espacio reservado pensarías en que el trayecto será largo, en que este viaje en
lejanía terminó justo a tiempo. Yo prefiero creer que por única ocasión, ésta
será una mañana no de aspavientos, no decisiva, no de planes venideros, sino que
solamente se trata de una alborada más corta.
¿Qué nuevos paisajes, escalas,
rostros, valijas vislumbrarán nuestros ojos, lejana?