viernes, 13 de julio de 2012

De cuando lo increíble era lo habitual



Con un requinto ya muy conocido me dispongo a comenzar la erradicación de hábitos que últimamente han aparecido. No es precisamente que quiera reivindicarme, sino que estoy algo cansado de repetir ad nauseam la misma rutina que antes era divertimento.

Las canciones se han vuelto tersas y cada trago a la cerveza reanima algo que ya está extinto –patadas de ahogado, le llaman algunos- será que inmerso en este sopor de una lluvia apenas leve,  pienso las cosas, debo tomar un rumbo y tratándose de ser sinceros, L, no sé cuál es.

Ni los filmes ni canciones antañas ni antiguas manías o rituales antes de dormir surten efecto, los ansiolíticos o somníferos no parecen ser la solución. No sé qué pasará después de esta madrugada pero debo resolver algo consciente o inconscientemente. ¿Cuál es el primer paso que habrá que dar? Si es verdad que algo sucederá ¿Qué será? ¿Un torbellino? ¿Unas palabras? ¿Una diarrea encefálica? No sé, pero esta noche huele y sabe a algo diverso. Múltiples posibilidades, quiero pensar.

Mañana deberé tomar otra decisión, debo despertar y ser un hombre nuevo tras la mirada de un amanecer incierto o concreto. Las últimas cosas, el último humo, el último trago sin sabor; los últimos post-its pegados por doquier a lo largo y ancho de la pared. Recordatorios de planes fraguados, fórmulas inservibles, miedos pasados, revelan un panorama ¿esclarecedor? Tal vez.

Una ansiedad tan fisiológica como mental, se hace presente, llega como un torrente en todas direcciones hacia adentro y hacia afuera, los orificios de mi cuerpo quieren estallar a un mismo tiempo sórdido fuera de pactos o promesas. Poco a poco las cosas van desvaneciendo. Los dedos se vuelven torpes, las ideas, torvas, algunas cosas estorban.

Increíble que esto me suceda a mí, que siempre fui un buen chaval. Mentira. Son tus hábitos sucios, cansados, lugares comunes. Increíble que te encuentres otra madrugada más haciendo un poco de lo mismo.

Quisiera imaginar que todas las fotografías, los olores tornarán a su sentido original o uno menos inédito que el acostumbrado. ¿Cuestionarse? ¿Para qué? No es más que decisión y con la botella a medio terminar sigo dilucidando si lo mejor será segmentarlo o que una parte – la mayoría de todo esto- se derrumbe al unísono con el primer cantar doliente del gallo a las 5 de la mañana. De repente parece que este sitio urbanizado, plagado de huellas de podredumbre globalizada, recobra su esencia rural, los animales, la gente, las viejas tradiciones como la campana de la iglesia resuenan en las paredes evocando la memoria perdida de lo que antes era sólo tierra árida. Sólo tierra y nada más, sin promesas.

Increíble que esto suceda en esta época tan confusa, tan caótica. Algo bueno o malo, insignificante o grande sucederá a partir de mañana, quizá no sea así y todo resulte una ficción más. Estoy solo también triste; números, nombres, datos inútiles se me vienen a la cabeza y ninguno de ellos podrá recordarme siquiera o dejarme ver que me salvarán. No hay macha atrás.

Me descubro en solitario, mirándome al espejo con un dejo de desconocimiento propio. Puede ser que represente el inicio y término de todo lo que era, soy, he sido. Rayo estruendoso sin luminiscencia, sonido sin eco con gran alcance, ladrido ahogado entre más de cuatro paredes sin confinamiento. Increíble que todo lo que era sorprendente, haya sido por más de dos décadas lo habitual que siempre tuvo un aire de algo monótono.

Todo se queda parado igual que el silencio que contiene una y mil cosas a la vez, como un río manso que de pronto se desborda, como un jugueteo de alas casi imperceptibles, como patas huyendo sin rumbo, como señuelo que indica que no hay más, que lo conocido ya no basta y que a partir de ahora lo frecuente ya nunca será increíble, porque las novedades se agotaron en una sola noche, en una sola gota de sal, de algo espeso, de algo seco, de algo que aún no tiene descripción, que todavía no se define al borde de pensamientos sin sentido, sin cesar; todo depositado en un barril, vasija, anillo, jarrón sin fondo.

Increíble, L, que estés tan solo y tan tranquilo mirando todo el mundo desde tu trinchera sin tener muy claro qué hacer. Cantando, bebiendo, fumando las últimas palabras que tu garganta enrojecida por la denuncia, la crítica, la censura, tanta injusticia –a tus ojos, merecida- que no hace sino recordarte el tac tac de todo aquello que pudiste ser y destruiste en tus intentos por hacerlo posible. Increíble que hayas gastado así tus escasos días.

Ya está, todo ha terminado. Sólo queda dormir haciendo a un lado las lamentaciones, confiando en que algo, ni sabes qué, ocurrirá para redimirte.