Con un requinto ya muy
conocido me dispongo a comenzar la erradicación de hábitos que últimamente han
aparecido. No es precisamente que quiera reivindicarme, sino que estoy algo
cansado de repetir ad nauseam la misma
rutina que antes era divertimento.
Las canciones se han vuelto
tersas y cada trago a la cerveza reanima algo que ya está extinto –patadas de
ahogado, le llaman algunos- será que inmerso en este sopor de una lluvia apenas
leve, pienso las cosas, debo tomar un
rumbo y tratándose de ser sinceros, L, no sé cuál es.
Ni los filmes ni canciones
antañas ni antiguas manías o rituales antes de dormir surten efecto, los
ansiolíticos o somníferos no parecen ser la solución. No sé qué pasará después
de esta madrugada pero debo resolver algo consciente o inconscientemente. ¿Cuál
es el primer paso que habrá que dar? Si es verdad que algo sucederá ¿Qué será? ¿Un
torbellino? ¿Unas palabras? ¿Una diarrea encefálica? No sé, pero esta noche
huele y sabe a algo diverso. Múltiples posibilidades, quiero pensar.
Mañana deberé tomar otra
decisión, debo despertar y ser un hombre nuevo tras la mirada de un amanecer
incierto o concreto. Las últimas cosas, el último humo, el último trago sin
sabor; los últimos post-its pegados por doquier a lo largo y ancho de la pared.
Recordatorios de planes fraguados, fórmulas inservibles, miedos pasados, revelan
un panorama ¿esclarecedor? Tal vez.
Una ansiedad tan fisiológica
como mental, se hace presente, llega como un torrente en todas direcciones
hacia adentro y hacia afuera, los orificios de mi cuerpo quieren estallar a un mismo
tiempo sórdido fuera de pactos o promesas. Poco a poco las cosas van
desvaneciendo. Los dedos se vuelven torpes, las ideas, torvas, algunas cosas
estorban.
Increíble que esto me suceda a
mí, que siempre fui un buen chaval. Mentira. Son tus hábitos sucios, cansados,
lugares comunes. Increíble que te encuentres otra madrugada más haciendo un
poco de lo mismo.
Quisiera imaginar que todas
las fotografías, los olores tornarán a su sentido original o uno menos inédito
que el acostumbrado. ¿Cuestionarse? ¿Para qué? No es más que decisión y con la
botella a medio terminar sigo dilucidando si lo mejor será segmentarlo o que
una parte – la mayoría de todo esto- se derrumbe al unísono con el primer
cantar doliente del gallo a las 5 de la mañana. De repente parece que este
sitio urbanizado, plagado de huellas de podredumbre globalizada, recobra su
esencia rural, los animales, la gente, las viejas tradiciones como la campana
de la iglesia resuenan en las paredes evocando la memoria perdida de lo que
antes era sólo tierra árida. Sólo tierra y nada más, sin promesas.
Increíble que esto suceda en
esta época tan confusa, tan caótica. Algo bueno o malo, insignificante o grande
sucederá a partir de mañana, quizá no sea así y todo resulte una ficción más. Estoy
solo también triste; números, nombres, datos inútiles se me vienen a la cabeza
y ninguno de ellos podrá recordarme siquiera o dejarme ver que me salvarán. No
hay macha atrás.
Me descubro en solitario, mirándome
al espejo con un dejo de desconocimiento propio. Puede ser que represente el inicio
y término de todo lo que era, soy, he sido. Rayo estruendoso sin luminiscencia,
sonido sin eco con gran alcance, ladrido ahogado entre más de cuatro paredes
sin confinamiento. Increíble que todo lo que era sorprendente, haya sido por
más de dos décadas lo habitual que siempre tuvo un aire de algo monótono.
Todo se queda parado igual que
el silencio que contiene una y mil cosas a la vez, como un río manso que de
pronto se desborda, como un jugueteo de alas casi imperceptibles, como patas
huyendo sin rumbo, como señuelo que indica que no hay más, que lo conocido ya
no basta y que a partir de ahora lo frecuente ya nunca será increíble, porque
las novedades se agotaron en una sola noche, en una sola gota de sal, de algo
espeso, de algo seco, de algo que aún no tiene descripción, que todavía no se
define al borde de pensamientos sin sentido, sin cesar; todo depositado en un
barril, vasija, anillo, jarrón sin fondo.
Increíble, L, que estés tan
solo y tan tranquilo mirando todo el mundo desde tu trinchera sin tener muy
claro qué hacer. Cantando, bebiendo, fumando las últimas palabras que tu
garganta enrojecida por la denuncia, la crítica, la censura, tanta injusticia –a
tus ojos, merecida- que no hace sino recordarte el tac tac de todo aquello que
pudiste ser y destruiste en tus intentos por hacerlo posible. Increíble que
hayas gastado así tus escasos días.
Ya está, todo ha terminado. Sólo
queda dormir haciendo a un lado las lamentaciones, confiando en que algo, ni
sabes qué, ocurrirá para redimirte.