Hoy no fumaré frente a las personas que odian ese hábito.
He vuelto a gozar la literatura como si tuviera catorce años, como esa vez en que leí la primera novela y abrí la boca de azoro y de espanto por el abrumador mundo que me mostraron todos esos literatos de los que me he ido nutriendo.
He vuelto a leer y sigo abriendo la boca de azoro y espanto.
Tengo amigos varios que se han victimizado, que se han construido, igual que yo, a partir de cosas que también han leído o pensado. Recuerdo numerosas entrevistas de varios autores que confiesan no saber si sus ideas realmente las han pensado o son producto de los libros que han leído. Me identifico con ellos, me reconozco en sus líneas, mas no en su genio.
Tengo amigos también que se molestan en leer textos de los que hablo tan afanosamente; otros tantos, han tenido la cortesía de leer los míos, quizá el acto público más indecente que haya hecho.
Hay uno, por ejemplo, del que siempre he pensado que en tiempos muy remotos fue un viejo lobo de mar, uno de esos perdedores, pero que saben escribir. No sé si sea una postura que él mismo se adjudicó o en realidad fue la literatura quien decidió darle ese lugar. No lo sé, pero me gusta pensar que es uno de esos viejos lobos de mar con quien ya me había encontrado.
“Tienes la vena, pero no por eso te la creas” me dijo alguien alguna vez. No hice caso, le creí y desde entonces no dejo de escribir, aunque sean cosas cortas, mediocres.
Nunca confundas la literatura con una diatriba que traes muy adentro o algo así me dijo un compañero. Ten respeto por el lector y por ti, sentenció.
Pero he vuelto a leer con el mismo asombro de mis catorce, con ese ímpetu de seguir y seguir las líneas una tras otra entramando un laberinto del que ni siquiera se pretende salir, de ir en vilo por ese espiral que es la buena literatura, esa de la vieja escuela.
Pero he vuelto a leer y lo que es más vil: he vuelto a escribir.
Con un temple distinto, pero con el mismo sentimiento contradictorio de saber qué es lo que puedo hacer y lo que no.
Seguir en el combate: es esa clase de guerra como escribió el viejo indecente.
Ya está hecho, volví a cumplir doce o trece años con una nueva historia que no había leído jamás, con mis pupilas sintiendo el efecto que sacude, ese que uno descubre cuando entra a un sitio desconocido, cómodo, sin embargo.